ALMIRANTE DEL OCEANO (Primera de dos partes)
Doña Isabel Miní y su esposo Anastacio Vespucci, rico notario y residente del barrio de Santa Lucía di Ognissantie en la bella Florencia, tuvieron tres hijos; al primogénito le llamaron Antonio; Gerónimo fue el segundo y al más pequeño de los tres lo bautizaron con el nombre de Américo. Esta pudiente familia, perteneciente a la alta sociedad florentina, alternaba con personajes renombrados como Sandro Botticelli; el clan de los Médicis incluído su confesor, el dominico Girolamo Savonarola; el pintor Domenico Ghirlandaio, maestro del también pintor Miguel Ángel; Leonardo Da Vinci y otras tantas celebridades de alcurnia, algunas de ellas surgiendo y otras ya con aureola de gloria, pero todas en lo más alto de la inspiración.
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El destino hizo que los tres hermanos se separaran; Antonio, se trasladó a Pisa en calidad de estudiante, Gerónimo viajó a Palestina a tentar a la fortuna y Américo, el gran Américo entra al servicio de los acaudalados Médicis, que antes de ser artistas, eran políticos, comerciantes y banqueros, cuyas transacciones recorrieron todos los mercados de Europa, obteniendo generosos dividendos.
Pedro de Médicis, al frente de los negocios familiares, envía a su incondicional amigo fraterno Américo, para que se hiciera cargo de sus operaciones en Sevilla, a la puerta por donde entraba el mundo recién descubierto, causante de un gran revuelo de cientos de empresas que adoraban el dinero.
Américo es sorprendido por un excelente porvenir; tiene la misma edad que Cristóbal Colón; nacieron el mismo año, el primero en Florencia y el otro en Génova. Pero a tiempo que Colón quedó flaco, cansado y sin ilusiones, con un mal humor, trágico y senectud prematura por todas las desventuras a las que se había enfrentado, Vespucci sonríe a la vida, sin previsiones, sin ataduras y sin pesadumbres, presto a escribir aventuras de sus galanteos y correrías, mientras que don Cristóbal ya no produce por ocuparse de sus lamentos y sus demandas.
Con tres carabelas, con su insistencia, con su tenacidad y perseverancia, Colón aclaró la redondez de la tierra, pero no pudo decirle al mundo su hallazgo. Sus misivas a los Reyes Católicos, las ocultaron y nadie las conoció, todos dudaron de él, los castellanos lo tantearon y lo tildaron de sospechoso; de ALMIRANTE DEL OCEANO pasó a ser imagen plañidera. El destino le regaló una trampa, al mismo tiempo que Américo, otra vez Américo, aclaró la nube gris con su donosura.
Amigos, esta histerieta continuará, no sin antes recordarles aquello que dice: “unos corren tras la liebre y otros sin correr la alcanzan”, qué cosas de la vida.
¡Ánimo ingao…!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz.
El DJ manda esto de América para el mundo entero...