SAN PORFIRIO
15 de septiembre de 2017 viernes
Si conocen a un Porfirio, no pierdan oportunidad de felicitarlo
hoy en el día de su santo. San Porfirio (del griego porphyrion, "de color
púrpura"), mártir en el año 362, tuvo un verdadero conocimiento de su
oficio como actor, de ahí el apodo de EL MIMO o el comediante. Cuenta la
leyenda que actuando para las cortes de Roma, al emperador Juliano II, el
apóstata (apodado así por renegado a las creencias en que fue sacramentado), le
encantaba una parodia, donde entre otras cosas se pitorreaba de la ceremonia
del bautismo.
Juliano, que durante la función siempre saboreaba su snack de nachos con
queso y a un lado su doble ración de palomitas, disfrutaba y aplaudía con verdadero ahínco sin
imaginar que casi al final, en la última escena, Porfirio el Mimo, recibió
la "gracia
divina", y de rodillas imploró que fuera bautizado en la fe
cristiana. El grueso del público discurrió que eso era parte del show,
pero el caón del Juliano con su tremendo colmillo retorcido, se percató que Porfirio
se salía del libreto y sin tocarse el corazón, de un tajo el histrión se quedó
sin testa corriendo así el telón de esa inche tragicomedia.
Muchos siglos después, otro Porfirio, que no era mimo, pero que le tocó
actuar por más de treinta años como presidente de México, en su república elaboró
su propia obra de teatro. En esta realización, embozado con el traje de
gala militar, gorro de plumero, medallas e insignias guindadas del pecho, y con guante puesto sobando la empuñadura del sable envainado, él y nadie más que él era
el protagonista; La locación se recreaba en el Palacio Nacional; la
función estelar se presentada todos los quince de septiembre para
festejar el día de su diablo, con el pretexto de vitorear a los héroes que
lucharon por la independencia de México.
Aparte de los lagartijos, que desde el balcón central lo
acompañaban, su segundo público era la
gran cantidad de famélicos acarreados, sombrerudos, huarachudos, y con los calzones
remendados, que por un tamal y un buche de pulque curado de tuna le palmoteaban en su cumpleaños, al unísono grito de ¡VIVA MÉXICO! y el Don, apurado, debajo
de los tronidos del chingo de cuetes, replicaba y repicaba la campana tal
y como lo hizo el cura Hidalgo aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810.
¡Qué cosas tan ocurrentes pasaron, pasan y seguirán pasando con estos jocosos calzonudos!
Amigos, recuerden que "la libertad consiste en poder hacer lo
que se debe hacer"
¡Ánimo ingao...!
Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz