La cocina regional: ejemplo de un espacio milenario.

 Por Jorge Vela

 

El fuego, la hoguera y la primera arquitectura.

El fuego es un elemento que ha tenido un sitio protagónico en la historia de la humanidad. En el principio de los tiempos, su explotación permitió al hombre arcaico aventajar su modo de vida respecto al de otros animales. El fuego lo ayudó a mantenerse seco y cálido ante las inclemencias de la naturaleza, facultó la cocción de los alimentos, le protegió de los peligros nocturnos, sirvió como herramienta para la caza y la recolección, y se usó para reunirse en torno a él y compartir historias. Debido a las posibilidades prácticas que concedía, este recurso adquirió un lugar en la naciente cosmovisión humana: su presencia radiante, cálida e inquieta fue el atributo que lo relacionó con el sol, y por consecuencia, se le divinizó. El fuego se colocó entonces como símbolo civilizatorio cuyo acceso fue una expresión recurrente en las mitologías de diversas culturas. Para la tradición mesoamericana, fue un pequeño marsupial, el tlacuache, quien robó el fuego y lo facilitó a la humanidad:


Tlacuatzin, el ladrón del fuego. Ilustración: Jorge Vela
 …con su ágil cola tomó una llama que guardó en su vientre. Posteriormente la obsequió a los humanos y, su hazaña, lo encumbró como un héroe. De aquel traumático gesto de valentía, los descendientes de su estirpe presentaron, en diversos sectores de su cuerpo, las -quemaduras- que el fuego provocó.


El relato, del cual existen diversas variantes, manifiesta el pensamiento mágico-religioso que se instituyó para explicar el descubrimiento del fuego. La narrativa posee tal enraíce que, en la actualidad, forma parte de la tradición oral de los pueblos indígenas y mestizos en muchas regiones del país.


   Paralelamente a los grandes beneficios que el fuego fructificaba en favor del hombre, se identificó que era voraz y efímero: fue necesario implementar diversos sistemas para contenerlo y, de esta manera, prolongar su vida útil. Se desarrollaron numerosas técnicas, desde muros que evitaban la inclemencia del viento y la lluvia, hasta chimeneas y oquedades que ventilaban el humo y facilitaban un control efectivo de las llamas. Así, hogueras, fogones, hornos, braceros y piras se construyeron con características cada vez más puntuales.

    El fuego supo cimentar alrededor de él un concepto poderoso e imperecedero: el hogar. Un espacio físico y psicológico que materializa la seguridad, la calma y el confort. Fue así como se erigió la primera arquitectura, explotando las bondades de este elemento de la naturaleza que cambió el modo de pensar humano.

 

 

    La cocina coatepecana a través de las centurias.

   Las sociedades arcaicas elaboraron sus nóveles construcciones a partir de los materiales abundantes en los entornos próximos: piedra, madera, hojas o tierra dieron sustancia a las expresiones arquitectónicas, las cuales son tan diversas como numerosas son las geografías del planeta. Los primeros espacios en erigirse fueron los de índole público, donde estaban presentes enormes piras para el servicio común. Posteriormente, se edificaría el concepto de lo privado, con hogueras más reducidas, acorde a su nueva dimensión. En aquellas nacientes unidades domésticas, el fuego se colocó en un sitio privilegiado tanto en el espacio como en la actividad familiar, asumiendo nuevos simbolismos y creando la cocina.

   En Mesoamérica, la arquitectura y el arte culinario adquieren características muy singulares debido al aislamiento del continente respecto a otros entornos. Fue el consumo de las plantas y animales nativos lo que marcó las pautas alimentarias de la población que, a su vez, buscó el mejor aprovechamiento de estos recursos con la creación de diversos artefactos. El uso del metate, el molcajete, las ollas, los comales y las palas, marcó una tradición gastronómica recurrente entre los pueblos indígenas.


Cocinera mahuixteca. Ilustración: Jorge Vela
     Puntualmente, en el levante del Cofre de Perote, la lluvia y la humedad fueron factores que condicionaron el desarrollo arquitectónico de los pueblos que habitaron la región. Una de las manifestaciones más tempranas sobre la arquitectura vernácula, corresponde a la zona arqueológica de Campo Viejo- Mahuixtlán, que data del horizonte preclásico, es decir, entre el 2500 a.C y el 200 d.C. (Contreras Díaz, 2001). Los vestigios de sus áreas residenciales permiten observar la disposición de sus espacios, su orientación, su sistema constructivo y la interrelación de las unidades domésticas (Briones Martínez, 2014). La antiquísima cocina destaca por su ubicación en un anexo de la vivienda, la adyacencia a un patio, así como los restos de objetos de uso cotidiano. Los patios, dormitorios y milpas, evidencian la dinámica socioespacial de sus habitantes, pero es su cocina un inciso relevante por pertenecer al primer gran centro urbano de la región.



  Durante el siglo XVI, los colonos ibéricos trajeron consigo costumbres culinarias que colisionaron con las manifestaciones nativas. Las cocinas de piso indígenas eran incompatibles con los valores europeos y, ante ello, se recurrió a los fogones de mesa como elementos arquitectónicos predilectos. Se laboraron de ladrillo, piedra o barro y significaron un dispositivo recurrente durante centurias. El fogón presta diferentes cámaras para los procesos culinarios: el área para la molienda del maíz, la tarja, la estufa y el nicho para la leña. En lo que respecta a los procesos gastronómicos, las tradiciones indígena, española y africana se fusionaron en aquel momento y si bien, el arte culinario de los esclavos se hizo sentir poco en la configuración espacial, tuvo grandes contribuciones en las formas de preparación de los alimentos y para muestra, el uso de los frutos y hojas del banano.

   Posteriormente, las influencias constructivas novohispanas, principalmente las marcadas por Puebla de los Ángeles, se hicieron presentes en la región. Se conoce que en el siglo XVI y XVII se introdujeron mano de obra y usanzas poblanas para la edificación profesional de elementos como el Puente del Diablo o el retablo de San Jerónimo (García Morales, 1986). Las cocinas no estuvieron exentas de ese influjo y, mientras la fortuna de los terratenientes lo permitiera, pudieron traer utensilios y acabados de otras latitudes. Las ruinas del Ingenio de la Santísima Trinidad delatan el barro de Acajete, la talavera de los Ángeles y, por su puesto, la ingeniería poblana.

Caso de El Trianón. Fotog. Jorge Vela
   Los arquetipos de la cocina residencial tuvieron un segundo impulso durante el porfiriato cuando grandes capitales se concentraron en la región motivo del excelente precio del café. De esta manera se remodelaron o erigieron diversos espacios entre los que destacan los cascos de El Trianón, La Orduña y la casa Amorós Guiot, cuyas cocinas mezclan cualidades campiranas y elementos metropolitanos. Años más tarde, su arquitectura fue adaptada para funcionar con energía eléctrica y gas, sin embargo, su carácter provinciano se mantuvo.


   Las características rurales de la cocina tradicional continuaron presentes durante el siglo XX y, en la actualidad se conservan con un recurso que da excelente reputación y plusvalía al arte culinario, especialmente en entornos comerciales. Así, aquellos dispositivos milenarios, las técnicas y los sabores coatepecanos, se proyectan hacia el futuro.



 

El espacio y el arte culinario en la actualidad.

   Con la subsecuente introducción de la modernidad, diversas innovaciones como las estufas de petróleo y los electrodomésticos ganaron un sitio en las cocinas. Si bien las primeras fueron reemplazadas por la combustión de gas licuado de petróleo, mejor conocido como gas L.P., estos aparatos significaron nuevas configuraciones espaciales. Licuadoras, hornos de microondas y refrigeradores se volvieron una imagen común en la preparación diaria de los alimentos y, para ello, la instalación de redes que suministran su fuente de energía fue imprescindible.

   Con el posicionamiento del turismo como actividad económica desde la segunda mitad del siglo XX, la revaloración de la cocina tradicional ha tomado un brío para su perpetuación. Las panaderías a horno de leña, el mole, los dulces típicos y los conceptos provenientes de la finca, son cada vez más solicitadas por el turismo gastronómico que se predisponen a consumir experiencias. Es por ello que las antiguas casonas y espacios campestres se han adaptado para facilitar al comensal algunos de los sabores tradicionales. Tal es el ejemplo de los restaurantes Casa Bonilla, Tío Yeyo, Arcos de Belem, Finca Andrade o el Caporal; cafeterías como El Chéjere o panaderías como El Resobado, en Coatepec, pero también son muestra de ellos los -asaderos- que en los últimos años han tenido un aumento en el municipio de Xico.

   Aunque los espacios comerciales han explotado lo atractivo el arte culinario regional, el ambiente doméstico es el principal bastión de los usos y costumbres ancestrales. La leña y los utensilios como el metate, el molcajete, las ollas de barro y las palas de madera han sobrevivido por la fuerte carga simbólica que significan y en gran medida son parte de un patrimonio familiar cuya sazón siempre remite al hogar.

Bibliografía

Briones Martínez, K. M. (2014). Análisis de una unidad habitacional prehispánica en Mahuixtlán, Veracruz. Xalapa: U.V.

Contreras Díaz, R. (2001). Apuntes sobre vestigios arqueológicos de municipio de Coatepec: sitio Campo Viejo. Huehueyapan, 5-6.

García Morales, S. (1986). Coatepec, una visión de su historia. 1450 - 1910. Coatepec.